jueves, 21 de junio de 2007

ORDENADO

En vida yo era muy ordenado. Siempre recuerdo a mi seño de la salita azul, Rosita. Ella fue la que inculcó en mis tiernas neuronas la virtud que terminó marcando el norte de mi vida. Con la machacona cadencia de un rap pediátrico todavía tengo en las zonas del cerebro mas profundas, determinantes e inevitables, su canto de guerra: ¡"A guardar, a guardar, cada cosa en su lugar...!" Como corresponde a un niño normal de cinco años, en esos momentos yo estaba perdidamente enamorado de Rosita, por lo que pasaba las horas muertas en mi casa practicando. Jugaba a ordenar mis chiches. Por si usted aún no lo advirtió, sepa que en este terreno las posibilidades son prácticamente inagotables. Le doy un ejemplo: los autitos. Hay autitos grandes, chicos, de distintos colores, de carrera, de paseo y de trabajo (grúas, topadoras, de bomberos, de reparto de Coca-Cola y de policía) cerrados y descapotables, con tracción a cuerda, eléctrica, por fricción etc. etc. etc. Así es que los mismos 15 o 20 autitos que tiene cualquier infante admiten se los ordene de mil maneras distintas. Como lo mismo sucede con los ositos, muñequitos, armamento de guerra, etc., al ingresar a la primaria ya tenía un doctorado completo en taxonomía. De más está decir que mi madre estaba encantada. Cuando llegaba algún pariente, la visita guiada a la casa incluía mi pieza. La canasta de los juguetes grandes, la caja de los medianos, las cartucheras de las fibras, de los lápices y de las biromes, etc.
En la escuela aprendí a contar, de modo que las posibilidades de ordenamiento crecieron geométricamente. Era ordenado hasta la náusea. Me causaba una repulsión visceral caminar por la vereda sin pisar siempre una misma fila de baldosas, y de ser posible la del medio —si el número de hileras era impar—. Cuando el número era par, debía optar entre pisar siempre en la unión entre las dos del medio —con el riesgo de eventuales desniveles y las consecuentes torceduras de tobillos— o bien apoyar el pie derecho en la hilera medial derecha y el izquierdo en la medial izquierda. Esto último no me gustaba demasiado, ya que mi modo de caminar sugería a cualquier observador secretas y vergonzosas escaldaduras. En consecuencia prefería evitar este tipo de veredas. De más está decir que mis materias favoritas en el secundario fueron física y matemáticas. Me destaqué en gimnasia con aparatos, caligrafía y dibujo lineal. En esta materia, sin embargo, me resultaba intolerable el margen de error causado por el omnipresente "grosor del lápiz" y fui un negado absoluto para las ciencias sociales, materias humanísticas y deportes tan caóticos como el fútbol y el basquet. Todos coincidieron. Mi futuro estaba en la contabilidad, la ingeniería o en el diseño de jardines japoneses. Opté por la contabilidad.
Ya de grande, y aunque estuviera fuera del horario de oficina, no podía dejar de medir, calcular y controlar. Me resultaba inevitable contar las vueltas al enrollar la manguera y diariamente constataba la hora de la madrugada en que empezaban a cantar los pajaritos según la época del año. Ponía el despertador para escuchar el traqueteo del rápido a Mar del Plata. No podía apagar la luz hasta que oía su bocina y me dormía rezongando y sumido en la indignación más profunda ante cualquier atraso.
El primer desorden que aunque a regañadientes tuve que aceptar fue el de mi colesterol. Después del detallado interrogatorio al que lo sometí, el galeno que me comunicó la novedad me puso también al tanto de sus valores máximos y mínimos, de la longitud de la cadena larga y de la cadena corta, de la cantidad diaria tolerable de grasas de origen animal y vegetal, de carnes rojas, de carnes blancas, de proteínas y de carbohidratos. Esta información me dejó más tranquilo. Ya tenía los datos que la nueva situación exigía. Se podría decir que hasta me alegré de tener nuevos elementos que controlar.
En la siguiente consulta entregué al facultativo un completo plan de acción que incluía la dieta diaria pormenorizada.
—Escúcheme, doctor. En esta columna le pongo el día de la semana (lunes, martes, miércoles, etc.) en la segunda, la denominación del plato (ravioles, berenjenas en escabeche) en la tercera, sus ingredientes, especificando cantidad en gramos y en la cuarta su categoría y valor calórico (1: Proteína animal = 20 calorías; 2: Proteína vegetal = 30 calorías; 3: Grasa de origen animal = 50 calorías; 4: Grasa de origen vegetal = 10 calorías; 5: Hidrato de carbono = 100 calorías) ¿me sigue?
Tuve que explicárselo varias veces. Se ve que le dio como un mareo. Pero al final me entendió. Era un científico el hombre.
—Y basta sumar las columnas que nos interese para obtener en forma inmediata una perfecta monitorización de la dieta. ¿Qué le parece?
También le llevé detalladas prolijamente —mientras sentía que la Seño Rosita se revolvía de placer en la tumba— la cantidad de cuadras que planeaba caminar cada día con el tiempo estimado de duración y trayecto de la caminata, para lo cual aproveché mis previos conocimientos referidos al número par o impar de filas de baldosas de sus respectivas veredas.
Por último, una tabla de control. Una línea horizontal de color azul trazada en un papel milimetrado indicaba el valor promedio de colesterol normal correspondiente a mi edad y sexo. Arriba y abajo de la misma, otras dos líneas más finas —éstas rojas— que marcaban los límites tolerables (dos desvíos standard en más y en menos de esa cifra). El valor obtenido en la medición semanal del colesterol sanguíneo sería marcado con un punto. Esperaba que el trazado obtenido al unir esos puntos serviría para mostrar mi progresiva mejoría.
Creo que el solo hecho de haber planificado con tanto detalle mi nuevo programa de vida inició mi cura. Aunque nunca pude constatarlo. La primera de mis caminatas, en una templada tarde de otoño, terminó antes de lo previsto. Vestido con mi flamante jogging, zapatillas al tono, mi cronómetro al cuello y el gorrito con la visera hacia atrás comencé con paso elástico mi training. Yo sabía que siguiendo un determinado ritmo debía cubrir 6000 metros en una hora. No exactamente 60 cuadras, ya que el ancho de las calles —equivalente en el cálculo al grosor del lápiz— hacía que una cuadra "normal" tuviera alrededor de 110 metros. Es decir que en una hora, recorrería alrededor de: 6000/110 = 54.5 cuadras. Con esta cifra en la mente y manteniéndome en la hilera central de baldosas de una vereda impar, me dispuse a cruzar la primera de las 54 bocacalles. Ya había advertido que a mi izquierda, y con una velocidad estimada de 50 km. por hora se acercaba un potente semiremolque con una carga de 15 toneladas. La distancia que lo separaba de la esquina debía permitirme cruzar la calle antes de su llegada, así que mantuve mi ágil paso. Y como en el secundario, veinte años antes, el grosor del lápiz me mató. Sólo recuerdo que me elevé por encima de los árboles y que, estando en el aire, me extrañó la nueva, y lamento decirlo: casi ridícula disposición de mis piernas y tronco. Así fue como terminó mi problema con el colesterol, así como todos los demás. Olvidaba decirlo: el vuelo duró 11 segundos.

Leonardo J. Salgado

(de “Historias de
Juan Ordóñez
y otros cuentos”)

4 comentarios:

Unknown dijo...

Querido Leo . muy bueno el cuento felicitaciones por el espacio que te das y nos das para disfrutar de tu don
un abrazo Emilia

Unknown dijo...

Leo: Como bienvenida al mundo de los blog, debajo van unas líneas que escribí hace tiempo, al regresar de uno de esos entrañanbles programas radiales en los que compartimos micrófonos. Un abrazo, Raquel Saralegui.

Dijo el escritor español Antonio Gala: “El escritor no vive para contar: cuenta para vivir más y, de rebote, contagiar más vida a los que leen”.

Contame un cuento, Leo. Llevame a ese pasado que me sostiene, a este presente que me abarca y a ese futuro que me espera.

Devolveme a esa patria que extraño, a esos tiempos primeros de ogros malos y hadas buenas, de lobos feroces y tiernas caperucitas.

Contame un cuento, Leo. Mostrame el mundo de hoy, el reino de la incertidumbre y de la confusión. Donde conviven ambiguos vampiros y cenicientas de siliconas con reinas que usan delantal y príncipes que caminan descalzos.

Ayudame a soñar con el país de las maravillas, con hermanastras solidarias y con reyes justos. Con lo que aún puedo esperar de esta humanidad que, como siempre, camina con su héroe Y su villano a cuestas.

Contagiame vida Leo: reflejala en el espejo de tus cuentos.

Raquel

Gaby dijo...

Leo: Felicitaciones por esta nueva incursión cibernética que has emprendido! Y muchas gracias por compartirla conmigo. Esperamos más publicaciones ( te hice promo en el laburo...jeje)Todos te mandan un beso grande y muchos saludos.
Un fuerte abrazo para vos y la familia.
Gaby Paz

Gaby dijo...

Leo: Felicitaciones por esta nueva incursión cibernética! Y gracias por compartirla conmigo. Esperamos más publicaciones ( te hice promo en el trabajo, jeje).
Todos te mandamos un beso muy grande y nuestros saludos.
Un fuerte abrazo para vos y la familia.
Muchos cariños
Gaby Paz