viernes, 9 de noviembre de 2012
EL CAMPAMENTO BASE (1)
Si Bariloche es durante el verano el lugar elegido por tantos grupos de campamento no es sólo por su belleza. Sucede que se presta como ningún otro a una actividad que entre los jóvenes es imprescindible para disfrutar a pleno de la fraternidad: Las “excursiones”. Todo el grupo se moviliza en viboreante fila india para llegar, después de una caminata o ascensión más o menos larga, a una meta atractiva. Algunas se hacen en un día, otras en varios. en estos casos se pernocta en medio de la montaña o en refugios, por lo cual es necesario trasladar no sólo las provisiones, sino también las carpas y los elementos de cocina. Hoy no quisiera referirme a ellas sino a los lugares usados para instalar los “campamentos-base”, de los cuales se parte, a los que se regresa, y en donde transcurren los días de descanso entre dos excursiones. Intentaré describir algunos de los que conocí y en los cuales viví muchos buenos momentos.
En esta materia tuve, claro, mi prehistoria adolescente. Fueron dos campamentos en la década del `50 sobre el lago Mascardi, de los que conservo sólo imágenes y sensaciones desdibujadas. Organizados, uno por el Ministerio de Educación y el otro por el Consejo Superior de la Acción Católica (impulsado por la pasión de un amigo ya fallecido: Juan Vazquez) Eran distintas formas de entender el campamento. Dirigido por profesores de educación física con su silbato en ristre, clima castrense, izadas de bandera y gimnasia el primero; camaradería, libertad y misa diaria el segundo.
Pero la mayor parte de mis recuerdos está mezclada con las piedras, el espejo del lago, la solitaria ruta de ripio con puentes de gruesos troncos y los cerros bajos y redondeados de Colonia Suiza. A veinte km. de San Carlos y sobre el lago Moreno, la Colonia era hace cuarenta años una hostería, una acequia con su alameda, un aserradero, muchos árboles, jardines llenos de flores y algunas casas de tablas con techos de chapas de cartón embreado y primorosos interiores de madera. La Colonia fue fundada por la familia Goye, que le dio su nombre al río que la cruza y al cerro que la protege. Bajo sus árboles, a orillas del lago y cerca de la casa de don Goye estuvieron mis primeros campamentos en Colonia Suiza. Alguno, también como el del lago Mascardi, organizado por el Consejo Superior, el resto por nosotros, los de la parroquia de Adrogué. Estuve en seis o siete de estos campamentos. En aquellos tiempos no se concebía un grupo de acampantes que no fuera sólo de varones. Teníamos entre 15 y 25 años ni un esquema organizativo con un jefe, un guía y un ecónomo (ellos eran los únicos responsables; también eran los únicos que no conseguían disfrutar del campamento). Muchos años después participe de otros, organizados con un estilo nuevo. En ellos pude comprobar que no es cierto que todo tiempo pasado fue mejor. Con toda naturalidad, al gusto por esta vida se habían incorporado las mujeres. Los grupos eran mas numerosos y participativos, lo fogones mas creativos, las diversiones menos salvajes. Habían pasado 20 años y la Colonia había crecido, felizmente, no demasiado. Ya tenía un policía, una escuela, una línea de colectivos, alguna pizzería y almacén. Y ya no estaba el aserradero ni flotaban en el lago las leves virutas que lo delataban y que el viento empujaba asta nuestra orilla para ayudarnos a limpiar las ollas. La casa de Don Goye era ahora “Lo de Clota”. Allí íbamos en algunos días de descanso a tomar té con toda clase de delicias. Pero además, estaba el SAC. Y describir al SAC requeriría un libro entero.
Ese libro tendría que comenzar hablando de Atilio. Lo conocí en algunos de los primeros campamentos de Colonia Suiza. En aquel tiempo él era el organizador y jefe “del Arquidiocesano”. A los de Adrogué (cultivábamos un estilo propio, a medio camino entre el aristócrata y el linyera) siempre nos sorprendía la organización e infraestructura para nosotros demasiado sofisticada de su campamento, el del Consejo Arquidiocesano de Buenos Aires”. Solían ocupar un terreno sobre la orilla del lago, cerca del aserradero de modo que de ellos nos separaba solo una amplia bahía del Moreno. Muchas noches, transmitidos por el agua, nos llegaban los aplausos, las risas y los cantos de sus fogones. Atilio Pessino era de pocas palabras, facciones recias y ojos claros. Su semblante adusto atemorizaba a algunos. A mí me resultó muy fácil quererlo; era un tipo derecho.
(Continuará)
(De “En Carpa”)
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