martes, 20 de diciembre de 2011

CHASCOMÚS (segunda parte)

III
-¡Treinta son mejores…!!! Dejé de rascarme y con gesto triunfal castigué la lona con las cartas (el tres y el siete de bastos). Con esa falta envido, Martincito y yo ganamos la final. Nos levantamos con gran aspaviento del suelo para abrazarnos y ensayar un canto de tribuna alusivo a la pareja derrotada: Dumbo y García. A los saltos, agarrados del hombro y agitando la mano libre de atrás para adelante como quien abanica el techo recorrimos todo el campamento, bailamos alrededor del sauce y pateamos las piedras del fogón. Entre comentarios, discusiones y cargadas, por un buen rato nos olvidamos todos de la picazón. La idea del campeonato de truco la tuvo García. Se le ocurrió como último recurso terapéutico para el insoportable sarpullido que atacó de la cintura para abajo a los que participamos del concurso de pesca de la mañana. Según dijo uno de los chicos, insospechado conocedor de plagas lacustres, el causante fue una especie de bicho colorado que colonizaba las plantas malolientes que había que pisar para entrar en la laguna. Según explicó mientras él también se rascaba —y por eso pienso que era un fabulador: la sabiduría le vino después— estar inmóvil pescando con el agua hasta la cintura era una invitación al picotazo de los insectos. Como nadie ofreció una explicación mejor, quedó establecido oficialmente que ésa fue la causa de la plaga. El efecto se hizo sentir a los pocos minutos de salir del agua, mientras se entregaba el premio a la pareja ganadora. No recuerdo quién ganó ni cuál era el premio. A esa altura, tampoco importaba mucho, ya que el protagonismo se lo había ganado el bicho colorado.
Como, por supuesto, no había botiquín, recurrimos al tratamiento que teníamos más a mano: untarnos las piernas con barro. Si bien no había constancia de que fuera eficaz, por lo menos era fresco, barato y abundante. Pero la frescura del barro duraba poco. Entonces, algunos se entregaron con resignación al rascado sin esperanzas; otros, del tipo espartano como Tomás y algunos que le seguían siendo fieles, salieron a correr por la huella que bordeaba la laguna. Volvieron una hora después, demasiado cansados como para rascarse. El campeonato de truco demostró ser la mejor solución para las secuelas del concurso de pesca. Ni tan fugaz como las compresas de barro ni tan cansadora como la maratón de Tomás y sus sicarios; sobre todo mucho más divertida. Queda aquí hecha la recomendación para beneficio de participantes de campamentos tan precarios como aquel de Chascomús. Otra posibilidad, algo menos creativa aunque bastante eficaz, es llevar Caladryl.
IV
Al costado de la carpa grande, debajo del sauce, estaba la bomba. Allí había una pileta con su tabla de lavar y un jabón grande y amarillo que servía para la ropa, la cara y a veces para la olla. Esa tarde, el sol estaba tan fuerte que ni siquiera daban ganas de salir de la sombra para meterse en la laguna, de modo que aproveché para refrescarme con el agua helada de la bomba y de paso lavar alguna ropa. Así que me puse la malla y empecé a bombear. Aprovechando el sol habíamos vaciado la carpa, barrido prolijamente el piso y dejado abierta la entrada para que se oreara. Todas las mantas y bolsos estaban tendidos sobre las plantas o colgados en sogas. Es sabido que cuando se comienza con la limpieza es difícil parar. Siempre parece que faltara algo. Como además está el asunto del espíritu de competencia, uno se dedicó a rehacer las zanjas para desagüe a los costados de la carpa y otro a rastrillar con una rama de paraíso lo que llamábamos “el comedor” y que no era más que el espacio entre el fogón y los troncos de eucaliptos puestos en rueda en los que nos sentábamos para comer. Por la noche, también para mirar el fuego y dejar volar la imaginación construyendo en silencio formas sin nombre hechas de chispas, pequeñas explosiones, desmoronamientos e imperceptibles mutaciones.
Hay veces en que la paz comienza a ser una sensación tan palpable y evidente como el calor o la luz. En aquel momento, a esa hora de la siesta en que hasta el viento y los pájaros quedan suspendidos sobre los árboles inmóviles, todos lo sentíamos. Como vivíamos el calor y la luz, vivíamos la paz. De forma tan intensa e inconsciente como lo hace un bebé en los brazos de su mamá. O como a veces pueden hacerlo los chicos de once años. Algunos jugaban al truco a media voz, otros escribían cartas que seguramente iban a llegar después que ellos, otros simulaban dormir. Yo refregaba concentrado el cuello de una camisa mientras disfrutaba del agua fresca de la bomba.
Creo que lo primero que sentí fue un saludo lejano de García, o tal vez fue la bocina del coche o la nubecita de tierra que levantó. Que llegara gente en auto era un hecho tan inesperado que nadie se movió. Los jugadores de truco sólo interrumpieron el juego, los que escribían levantaron la vista y los que dormitaban abrieron un ojo. Yo lo presentí antes de comprobarlo. Papá y mamá nos venían a visitar.
“¡Hola papá! ¡Qué contento estoy de verlos! ¿Quisiste venir vos o mamá te pidió que la trajeras? Bueno, no importa, vení que te muestro el campamento. ¿Viste como me lavo la ropa? Mirá, aquí es donde dormimos, éste es mi lugar (si, duermo fenómeno…) Aquí me siento para comer. Me estoy portando bien, ayudo a los otros chicos y me cuido en el agua. Comemos bien, papá, vos sabés que la polenta me gusta… Además, dijeron que el último día vamos a hacer un asado. Papá, decile a mamá que estoy bien, tiene una cara de pena… Estas ronchas son de unos bichos colorados, pero no es nada, ya no me pica. García es macanudo… Ayer con Martincito ganamos un campeonato de truco con una falta envido. No había ningún premio… era para jorobar nomás. ¡Nooo…! ¡Que va a haber…! No hubo peleas ni problemas… Quedate tranquilo, papá. ¿No te vas a quedar un rato más largo?”
Se quedaron media hora. Me besaron, saludaron a los otros chicos y tomaron mate con García y Tomás. Después, subieron al auto y se volvieron. Yo estuve todo el tiempo sentado a su lado. Papá apoyó una mano en mi hombro; mamá me sonreía. Yo imaginaba diálogos, alguna forma de acercarme, de llegar a él.
Esa noche tuvimos postre. Una lata grande de dulce de leche (mamá conocía los gustos de los chicos) Yo tenía demasiadas cosas adentro que no podía sacar. Después de la cena me quedé un rato muy largo mirando el fuego.

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