GORDOS TRES
No tuvimos más noticias del gordo hasta seis meses después en que nos visitó de nuevo la tía Marina. Quito nos había contado todo el asunto del juicio. De paso aprovechó para lucirse con detalladas explicaciones de los mecanismos jurídicos involucrados, su basamento constitucional, la estructura del Poder Judicial, antecedentes en el derecho romano, etc. Consiguió que hasta yo, que estaba cursando el primer año del secundario y no tenía en absoluto vocación para el Derecho me interesara por el tema y hasta arriesgara alguna opinión legal.
Encontré a la tía Gorda un poco más gorda y maquillada de lo que recordaba. El pelo me pareció más abundante y fuerte. Por otra parte, era absolutamente rojo (para que no metiera la pata, Ana María me llevó aparte y me hizo notar que era una peluca) Se la veía feliz. Apenas llegó lo encaró a papá, lo hizo sentar, y sin ningún preámbulo le dijo:
—¿Se acuerda Doctor que hace unos años lo consulté por un inquilino
de Bahía que no me pagaba... Para mí era un vago, pero en fin...Usted aquella vez me aconsejo que lo deje pasar, que no valía la pena... ¿Se acuerda?
— Sí, es cierto... Creo que algo me acuerdo... (uno de los recursos de papá era hacerse el tonto)
— Bueno. Tengo que confesarle 1ue no le hice caso. La verdad es que
le agradecí mucho su consejo, pero me hice asesorar por el Adolfito y lo tuvimos a mal traer al pobre hombre. Porque, qué quiere que le diga, creo que Ud. tenía algo de razón. No es más que un pobre infeliz... (la tía parecía magnánima)
—¿Ah sí? ¿Y qué pasó?... (medio incorporándose en el asiento.
Comenzaba a interesarle el desenlace)
Toda la vida le voy a estar agradecida al Adolfito, Dr. ¡Qué chico más
inteligente...! Mire, Dr.: lo que pasó es que estábamos por ganar el juicio (ya teníamos medio convencidos a dos ministros de la Corte) cuando una tarde cayó el Adolfito por casa todo agitado y me dio una carta que le habían hecho llegar. Realmente, era una carta conmovedora, mire Dr., cada vez que la leo se me escapa una lágrima... Si Ud. quiere se la leo... la verdad es que me gustaría leérsela, ¿Quiere? (Papá siempre fue discreto, de modo que leer cartas ajenas no era de su gusto. En esta ocasión, en cambio, parecía verdaderamente intrigado)
— Cómo no, Marina; si Ud. quiere...
Escuche, Dr. Y agárrese fuerte porque es de no creer... (y Marina eyó
con su voz sonora recitando como en un discurso escolar)
Sra. Marina Descamps, viuda de Di Nicola
S¬¬______________/__________________D
Muy distinguida dama:
Es para nosotras un enorme placer el dirigirnos a Ud., patricia de ínclitos y excelsos sentimientos con motivo de las acciones legales por Ud. iniciadas —y Dios sabe que la justicia le asiste— a fin de obtener el inmediato desalojo del sujeto Nicasio Villa del inmueble de su propiedad, producto de una vida de trabajo tesonero y honesto de su nunca suficientemente llorado difunto esposo, Ingeniero (Cum Laude) Pierpaolo Di Nicola (q.e.p.d.).
No nos cabe otra actitud que aplaudir la decisión conque Ud., asesorado por ese insigne profesional letrado, el Dr. Adofo Sacco, ha defendido sus derechos inalienables, indelegables e imprescriptibles a través de todos estos años. No obstante, y apelando a sus proverbiales virtudes cristianas, distintivas de su rancio, antiguo y señorial abolengo nos permitimos, abusando sin duda de su alma caritativa, benevolente y ¿por qué no? Superior, solicitarle desista del merecido desalojo del sujeto anteriormente mencionado.
Este humilde pedido es efectuado por todas las Damas de nuestra Comisión Directiva, que a esos efectos se reunió en sesión extraordinaria. La iniciativa partió de nuestra consocia, la Dama Felicitas de los Ángeles Pereyra Alem y Tres Sargentos, quien, a través de un comentario de su personal doméstico tomó conocimiento de la miserable condición del incoado y de que era inminente la decisión de la Suprema Corte de Justicia de la Nación de proceder a su inmediato y total desalojo.
Conociendo la delicadeza de su sensibilidad, la grandeza de su espíritu, y la magnanimidad de su alma, esperamos sus noticias descontando una respuesta acorde con todo lo descripto y enumerado
Remedios Jeanette Alvear de Lezica Unzué
Comité integrado de Damas de Beneficencia
De las beneméritas instituciones
Jockey Club
Sociedad Rural
Sociedad de Damas Patricias “Por la Patria”
La tía gorda alzó el papel con aire triunfal. A papá le corrían lágrimas por las mejillas y tenía la cara congestionada. A duras penas pudo articulas la pregunta de rigor:
— ¡Qué impresionante! ¿Y Ud. qué hizo, Marina?
— Lo único que cabía, Don Alfredo. El gordo me escribió una
conceptuosa nota dirigida a ese Comité renunciando al desalojo del inválido. Imagínese, Dr. ¡En esa Comisión está lo más granado de la Alta Sociedad Bahiense! No podía de ninguna manera rechazar el pedido... Además, por consejo del Adolfito, les hice llegar a través de él una generosa donación para sus obras de modo que no me olviden. ¡Nunca se podrá decir que una Deschamps Lafinur (por primera vez le oíamos este otro apellido) es insensible a los altos y refinados sentimientos de magnanimidad y altruismo que siempre nos distinguieron! (para ese entonces se le había pegado la literatura florida)
— ¡Muy bien dicho, Doña Marina! Dijo papá. Y soltó la risa, supongo
que de felicidad por el inminente ingreso —y por la puerta grande— de Marina a la Sociedad Bahiense.
Dos días después, Marina regresó a Bahía a la mañana temprano, impaciente como estaba por recibir noticias de sus flamantes relaciones. Esa tarde, papá y mamá estaban en la cocina tomando mate. El inevitable tema de la conversación era el del juicio y la carta. Sonriente y pensativo, mezclando censura con igual dosis de admiración, le escuché a papá la frase que supongo que para él resumía toda la historia:
— ¡Qué lo tiró! ¡Qué rico tipo...!
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