jueves, 19 de agosto de 2010

UNO (Continuación)

UNA AVENTURA EN EL RETA

Quedaron los hombres hablando de la cosecha, la sequía, la langosta. Ramírez describía la situación con frases expresivas y llenas de sobrentendidos. Y... la cosa... Usted sabe patrón...! (mientras negaba con la cabeza y habría los brazos que después dejaba caer desalentado sobre las rodillas) ¡Está jodida...! Él conocía el problema de cerca. Hasta febrero era mensual en campos de Tres Arroyos ocupado en la cosecha del trigo y el lino. Después volvía al Reta y se dedicaba a pescar y vender sus pescados. Mientras hablaba cebaba mate con ademán solemne. Era reunión de hombres. Mamá, mientras tanto, ayudada por los mayores, bajaba las cosas del auto y ordenaba la casa. Doña Adela había salido con un pretexto. Un rato después, ella y su hija mayor, se aparecieron con una fuente llena de puchero. Cazar y matar la gallina,, limpiarla, preparar las verduras etc. les había llevado casi toda la tarde.
Le costó mucho a papá conseguir que los hombres se quedaran a cenar. Respetuosos, tal vez con pudor por sus modos que ellos creían rudos para comer, consintieron finalmente temiendo ofender con su negativa. De ninguna manera aceptó doña Adela. Después de barrer la casa, y prepararnos el mate y la cena, quedarse a comer le parecía abusar de la hospitalidad de mamá. Además, tenía que atender a sus otros cuatro hijos.
Fue durante la comida, alumbrados por una lámpara a kerosene y con el lejano rumor del mar como único sonido de fondo, que salió el tema de Pessino. El Chino entendía como de mal gusto plantear el problema; sin embargo, papá era la única persona que podía ayudar a su amigo. Fue por lo tanto don Atenor el que lo hizo. Como no era algo que pedía para él, se animó a hablar.
-¿Sabe, Doctor? El que anda algo jodido es el Pessino.
-No me diga... ¿y que es lo que le pasa...? (papá dejó de comer y le prestó toda su atención. Sabía de la delicadeza y también del orgullo de esos hombres. Esa era su gente y sabía bien cómo les costaba pedir)
- Y... ya hace unos días que está con dolores... El amigo Ramírez lo está cuidando. Justamente por eso se demoró un poco esta tarde.
Pessino era el otro pescador de El Reta. Era competidos y al mismo tiempo amigo entrañable del Chino. No se entendió nunca por qué no eran socios en vez de rivales, pero tanto uno como el otro encontraban que era la mejor forma de seguir siendo amigos. Se había quedado soltero, y salvo su amistad con Ramírez (este era otro misterio. Se decía que nadie los vio nunca hablarse, salvo cuando jugaban al mus en el boliche) no se le conocían relaciones de amistad. Ramírez, casado, con un hijo y otro en camino, era su conexión con el mundo.
Papá, cumplidas las formalidades de rigor (pero... cómo se va a molestar, Doctor... De ninguna manera, no es ninguna molestia... etc.) y terminada la cena, se fue con los dos paisanos a revisar al enfermo. La casilla de Pessino no quedaba demasiado lejos, y la luna llena permitía ver bien el amino. Una hora después, volvía papá. Nosotros ya estábamos en la cama, cuchicheando excitados. Habíamos llegado finalmente al Reta.
-Mirá Anita, me voy a tener que ir de vuelta para Copetonas. Pessino anda con una apendicitis que en cualquier momento se perfora. Hay que operarlo de urgencia y no puedo correr el riesgo de mandarlo solo con don Atenor, con el traqueteo del carro... Disculpame, pero te tengo que dejar sola. Espero dejarlo con el doctor Fuentes y volver mañana a primera hora. Yo lo llevo en el auto. Luna nos remolca con la villalonga hasta la huella y después nos acompaña al pueblo por lo que pueda hacer falta. ¿Te enojás?
Mamá ya conocía como era la cosa. No en vano lo había acompañado en su ejercicio de la profesión en Oriente. Tenía siempre la resignación al alcance de la mano... y papá no podía abandonar a su enfermo.
Así que. Ya bien entrada la noche, salió la famosa villalonga (carro para todo uso con cuatro ruedas y dos caballos) conducida por Luna, remolcando el Rugby con papá al volante y dándole charla a Pessino para distraerlo del dolor que aumentaba con cada sacudida. El Chino Ramírez no iba; Pessino insistió en que era preferible que se quedara para cuidarle la casilla. Después se supo que, calladamente, el Chino dedicó los días de enfermedad de Pessino a trabajar por los dos. Pescó doble turno a fin de juntarle a su amigo unos pesitos para los gastos de la enfermedad.
El día siguiente estuvo para nosotros lleno de novedades. La diversión comenzó cuando vino el peón con la pala de buey para sacar la arena de alrededor de la casa. Gran parte de los médanos del Reta no estaban fijados, por lo que el viento la amontonaba contra cualquier obstáculo. Una o dos veces por año era necesario, por lo tanto, desenterrar la casa. También había trabajo para nosotros, por supuesto, por lo menos para los más grandes. Alfredo y Quito fueron comisionados por mamá para buscar leña. No era una tarea sencilla en un lugar sin árboles, con tamariscos y cortaderas como única vegetación. Unos pocos eucaliptos crecían junto a “la lagunita” pero estaban demasiado lejos como para volver a pié y cargados de ramas. Así que, además del caldén, se usaba preferentemente bosta de vaca como combustible. Para recogerla teníamos una técnica que había desarrollado papá y en la cual ya eran expertos Alfredo y Quito. Consistía en dar vuelta con un palo la bosta que se iba encontrando. De ese modo se dejaba orear la parte de abajo que podía estar húmeda. El trabajo había que hacerlo con un palo porque debajo de las tortas de vaca solían refugiarse víboras que podían ser peligrosas. Eso se hacía en el viaje de ida; a la vuelta se recogían las tortas y se las metía en bolsas.


Claro que también estaba el mar con sus almejas, caracoles, lejanas siluetas de barcos cargueros, y toninas asomando rítmicamente los lomas más allá de la rompiente. Así fue como algunos de nosotros en sus juegos, otros buscando leña y yo en mi teta, pasamos ese primer día de El Reta. Como anticipando lo que vendría, el tiempo fue espléndido.

Pero antes, a la mañana temprano, tuvimos novedades de papá y del enfermo. En su traqueteado carro llegó Luna y se quedó hablando unos minutos con mamá. Después supimos por ella por qué no se había vuelto papá. El médico oficial de Copetonas estaba en Bahía por no sé que problema familiar y papá no tenía más remedio que operarlo él. Pero resulta que Pessino se negaba a que lo cortaran si no tenía bajo la almohada una estampita de la virgen que le había dado “su viejita” antes de morir, así que don Atenor y sus sufridos caballos debieron venir al Reta a buscársela y avisar de paso a mamá que “El Doctor” se iba a demorar unos pocos días y a doña Adela que ordeñara ella las vacas. Él se quedaba en Copetonas hasta que pasara todo.
Tres días después regresó papá, con el tiempo justo para despedirse de mamá y de nosotros. El operado ya andaba mejor, el Dr. Fuentes había reasumido el mando y él, después de practicar nuevamente y muy a su pesar la medicina rural, debía volver a su trabajo en Buenos Aires. Si bien desde lejos, había podido ver el mar de El Reta. Antes de salir, llenó una lata de kerosene con agua y la cargó en el auto. Lo esperaban dos días de viaje solitario, sin nadie que lo ayudara a refrescar las ruedas del Rugby.

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