martes, 2 de marzo de 2010

BIOETICA

Alguien me pidió una vez que hablara sobre algún tema de bioética. Temas de este tipo se plantean con cierta frecuencia en el terreno de las malformaciones congénitas. Actualmente, la bioética ha pasado a ser en la medicina toda una especialidad. Son numerosos los procedimientos médicos que pueden ser discutidos desde el punto de vista ético. Tengo que confesar que nunca dediqué demasiada atención a artículos o cursos sobre este tema, porque siempre encontré que se navegaba sobre algunos supuestos sobreentendidos que yo encontraba que no eran tales. Y aquí viene el molesto quid de la cuestión. Algunos de los que opinan o debaten dan por sobreentendida la inexistencia de Dios, otros no. Y entonces se cae en algo por lo menos curioso. En los ambientes médicos —como suele especificarse en los reglamentos de los clubes— con el laudable propósito de respetar al otro y a sus opiniones, se evita tocar temas sensibles, clásicamente política y religión, que pueden ser motivo de peleas. Hasta aquí, todo parece bien. Sin embargo, el arreglo es algo asimétrico. Me explico. El acuerdo parece ser: “Vos crees en Dios y yo no. Muy bien; como no queremos pelearnos, vamos a evitar el tema. No vamos a hablar de Dios. Entonces, a partir de ahora, vamos a razonar, a sentir y a actuar como si Dios no existiera. Y los que creemos en Dios muchas veces caemos en la trampa.
En las revistas de Genética Médica suelen publicarse artículos referidos a problemas de bioética. ¿Saben más o menos como están encarados? Como una encuesta. Se le pregunta a los médicos: ¿Cómo actuaría usted si le toca atender un paciente con tal problema? Se publican los resultados y, democráticamente, pasa a ser ética la conducta elegida por la mayoría. Por supuesto, se supone que lo que ahora parece una barbaridad, dentro de 50 años va a ser normal, tal cual como sucede con el largo de las polleras. La ética viene a ser algo así como “usos y costumbres”, con el mismo valor que los usos y las costumbres. Si a esto se le suma otro valor positivo como es el respeto a las minorías, el resultado es que todo vale, todo es ético. Y si todo es ético, la ética no existe.
Hace uno tiempo pasaron por canal 7 un documental de la BBC de Londres sobre la persona, la vida y las ideas de Maquiavelo expuestas en “El Príncipe”. Se las consideraba ideas sabias y eficaces para ser aplicadas en la actualidad por los gobernantes. Por supuesto que no se elogiaba abiertamente el cinismo de esas ideas sino que se las exponía como esas conductas que se sobreentiende que hay que aplicar “porque la política es así”, pero de las cuales no se habla. Como si el común de los mortales no estuviéramos preparados para aceptarlas. De eso no se habla. Casualmente, ese mismo día varios honorables generales de la nación justificaban los interrogatorios bajo tortura y la eliminación ilegal de personas, porque la “guerra es así”. Y si eso no se hacía público era porque “de eso no se habla”. “El mundo se nos tiraría encima”. Aquí también el cinismo considerado una virtud. La conclusión transparente y explícita del documental y del reportaje era la de que “El fin justifica los medios”.
Volviendo a lo publicado en revistas de genética médica. Hubo hace algunos años un artículo cuyo título me llamó la atención. Decía algo así: “Bancos de embriones: ¿Una nueva explosión demográfica?”. Con los métodos de fertilización in vitro en uso en ese momento, se vio la necesidad de crear “Bancos de embriones” donde se depositaban, conservando vivos por medio del frío a los llamados “embriones sobrantes” (que nombre horrible ¿No?) Lo que pasa es esto: se provoca la ovulación múltiple de la mujer mediante estímulos hormonales, se fertilizan esos óvulos con espermatozoides del marido (o de otro donante, pero eso ya es otro tema) y se implantan en el endometrio 2 ó 3 de estos embriones, dado que si se implantara un número mayor, el embarazo tendría un mal pronóstico. Si las cosas andan bien, resultan sobrando varios óvulos fecundados, es decir embriones, que se conservan mediante el frío. Resulta que en Australia —el artículo a que me refiero era de ese origen— se reunieron los directores de varios de esos bancos de embriones para unificar criterios acerca de cómo proceder con esa creciente población de embriones que ya saturaban la capacidad de almacenaje. Decidieron lo siguiente: los embriones se conservarían por el término de diez años por si sus “propietarios” el día de mañana desearan agrandar la familia. Si después de diez años esto no sucedía, esos embriones quedarían disponibles para otras parejas que ni siquiera pueden ovular. Y aquí vine lo terrible, lo revelador del artículo. La frase no terminaba allí. Decía: ...”para parejas que no pueden ovular o para experimentación”. Es decir: se reconocía que se estaba experimentando con embriones humanos, sólo que no se lo decía abiertamente. Además de cinismo, hipocresía. En estos temas sobran los ejemplos de hipocresía que oculta cinismo. Bien mirado, el problema de Mengele fue que nació 50 años antes de tiempo y a que en aquel tiempo no se habían inventado tantos eufemismos como los que se usan ahora para nombrar lo impronunciable.
Otro ejemplo. Hay una malformación gravísima que es incompatible con una sobrevida de unos pocos días después del nacimiento y que se llama anencefalia. Se concibe aproximadamente un niño por cada mil gestaciones con esta malformación. En la actualidad, con la ecografía se la puede detectar prenatalmente. Si bien en nuestro país esto todavía es ilegal, muchas parejas optan por interrumpir el embarazo. (Otro tema de ética. ¿Vieron como se mezclan?) Pues bien. Un artículo publicado en una prestigiosa revista médica cuestionaba la interrupción de estos embarazos, no porque el malformado fuera un ser humano a quien nadie tiene derecho a matar, sino porque dejándolo nacer en las mejores condiciones de oxigenación, se pueden aprovechar sus órganos para transplantar en quien los necesite. En lugar de eliminar al niño con la cureta, esperar su nacimiento, mantenerlo bien oxigenado y abrigado y sacarle los riñones (por ejemplo) para transplantar a algún enfermo. Otra vez la misma máxima: “El fin justifica los medios”. Y si hay alguna repercusión afectiva en la madre, para eso están los psicólogos que saben quitar el sentimiento de culpa. Tal vez lo que estoy diciendo sea muy antipático porque parecería que me atribuyo el derecho de juzgar a las personas que toman tal o cual actitud. Les aseguro que eso no es así. No se trata de juzgar a las personas, pero sí existe la obligación de discernir cuáles actitudes son lícitas y cuáles no. Cuáles son éticas y cuáles no. Porque yo, como muchos otros, creemos que existe un Dios creador que tiene un plan para la humanidad y para cada uno de nosotros, que nos señala cómo debemos vivir y como no. Nosotros creemos en el “deber ser”, en la trascendencia, en la vida eterna. Creemos que la ley de Dios, que se resume en el mandamiento del amor, está antes, está por encima y esté más allá de los usos y de las costumbres.

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