El tema que propongo pensar juntos se podría titular “ ACERCA DE LAS CEREMONIAS” Sucede que últimamente he tenido que concurrir a algunos casamientos, fiestas de 15, reuniones varias, etc. y he constatado algo que me preocupó. Si antes era clásico admitir que los viejos eran ceremoniosos y los jóvenes, en cambio, eran espontáneos, ahora cualquiera que quiera verlo advertirá que la ceremoniosidad consiguió ocupar terrenos que hasta hace poco le eran vedados. Desconozco las fechas aproximadas en que ocurrieron los cambios. Lo que sí me queda claro es que estos cambios ocurren y que son siempre en el mismo sentido.
Uno de los ejemplos más claros es el de los casamientos. Antes la gente para casarse se conseguía una novia, se compraba zapatos, alquilaba un esmoquin y a otra cosa. En la fiesta todo consistía en exhibirse, cortar la torta y que la novia tire para atrás el ramito para que lo abarajen las postulantes al himeneo. Los novios, apurados, dejaban la fiesta discretamente poco después y se iban en un auto con latitas en el paragolpe trasero. Todo sin demasiada historia. Ahora, casarse es toda una ciencia. Que el auto con el moño en el techo, que la foto junto a alguna fuente, pérgola con flores o lugar supuestamente bello, que la grabación en video de la entrada a la iglesia, que las mesas con las ubicaciones predeterminadas, que los novios llegando calculadamente tarde a la fiesta para que los aplaudan y les pongan de nuevo la marcha nupcial, que el saludar mesa por mesa y sacarse la foto con cada subgrupo, que el vals lastimosamente mal bailado por los contrayentes y después por medio mundo, que a tal hora el carnaval carioca, que a ponerse la corbata a modo de vincha, que el cotillón, que el sacarle la liga a la novia, que el mantear a ambos novios (esto hecho por amigos jóvenes y de brazos fuertes) además, por supuesto, de cortar la torta y tirar el ramito. Todo siempre igual y previsible. Los novios, con el abatatamiento del caso, cuentan felizmente con la conducción diligente y solícita de una persona que actúa como el dueño de la fiesta. Que en realidad es el dueño de la fiesta. Se trata del omnipresente fotógrafo. El fotógrafo los lleva, los trae, les dice cuando divertirse, cuando bailar, cuando brindar cruzando los brazos, cuando besar a la bisabuela, cuando sonreír diciendo Whiskyyy... cuando llegar y cuando irse. Los novios, por su parte, llevados y traídos de acá para allá, aceptan todo como algo inevitable, o peor todavía: disfrutan del hecho de tener una dirección de cámaras firme, que les evite terribles equivocaciones. En otras palabras, redondear una gran actuación, de modo que la película filmada, grabada y fotografiada sea todo un éxito.
En los cumpleaños de 15 hay un mayor margen para la creatividad. Aquí se admiten todo tipo de extravagancias, ofrendas florales, solos de violín, vestidos de novia, discursos del padre, la madre y los abuelos con largas parrafadas filosóficas y llenas de sabiduría, discursitos incomprensibles mascullados por las amigas, ceremonias con velas de distintos colores que simbolizan cualquier cosa, alusiones a la hermosura de la juventud, a la primavera, al pimpollo que se abre en flor, etc. etc. etc. En medio de todo esto, y plenamente adaptados a esta cultura de la imagen y de la apariencia, los jóvenes. Los antiguos baluartes de la espontaneidad, los paladines de la sinceridad, convertidos en formales, solemnes y pomposos protocolarios. Los ocasionales rebeldes haciendo coro a cuanto flamante rito se inaugure en la ceremonia. Cumpliendo obedientes con órdenes dadas por nadie. Pero no quiero dejar flotando un aire de cinismoeen Otro día hablaré de lo que considero deseable, de lo que entiendo debiera ser una fiesta.
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario