— Che Mary, ¿ya se fueron? —Viviana se dirige en un susurro a la enfermera. En esos momentos puede ver al último de los técnicos recogiendo cables. El periodista está en un aparte conversando sonriente con el jefe del servicio.
— Por lo menos en la sala ya no queda nadie. Si querés, empezá vos con lo tuyo. Ricardo ya actualizó las historias antes de que cayeran éstos —señala Mary con un cabeceo al grupo de gente de traje y corbata que desentonan notablemente con el entorno—, así que tenés las madres para vos sola.
Habían sido casi dos horas de conmoción y todo el trabajo se había atrasado. Un buen rato antes, al comprobar la invasión de la sala, Viviana había optado por esperar en su escritorio. Le molestaba un poco la presencia de esos extraños que fruncían la nariz ante la pobreza y mostraban indignación mirando la cámara. “Hospital colapsado”, “marginación”, “estado ausente”, “educación, justicia, seguridad, salud...” Al avanzar en su parrafada grandilocuente, el maquillado periodista parecía agitarse cada vez más. Felizmente para sus coronarias, retomaba al instante su aire frívolo apenas apagada la luz roja. Había salido bien la nota. Mostrar chicos pobres y de mirada triste es siempre eficaz. El público pide motivos para alimentar su ira, su frustración, su “bronca”. Para completar el trabajo del día sólo me falta filmar la nota de color navideño que me encargaron. Gente comprando regalos en algún shopping, o en Palermo... algo con sol, o por lo menos en un medio menos deprimente.
Viviana, sentada en una silla de metal, apoya sus papeles en la mesita redonda del centro de la sala de pediatría. La rodean las viejas cunas en las que duermen algunos chicos. Otros lloran en brazos de sus madres. Muchos sueros goteando, mascarillas de oxígeno... Casi no queda lugar en esta mesa. Tendré que pedirle a Ricardo en algún momento que deje ordenadas las historias después de usarlas... Resignada, Viviana coloca cada carpeta en su casillero. Ni soñar con pedirle ayuda a Mary. La pobre estaba recargada de trabajo y con todas sus rutinas atrasadas. La invasión de tanto periodista justiciero la había turbado extrañamente. No sabía la causa y eso también la molestaba. ¿No sería porque el espíritu con que llegaban, poco acostumbrado al espectáculo del sufrimiento, su visión virgen, o tal vez que su sensibilidad no encallecida había cuestionado la utilidad, el sentido de su trabajo? ¿y no era ella misma la que dudaba...? Volvió lentamente a su silla y a sus papeles.
— ¿Cómo anda hoy la nena, Leonor, ¿sigue molesta con la pancita?
— Nooo... hoy anda mucho mejor. Me dijo Ricardo ¿el doctor, vio? que si
esta tarde sigue bien le voy a poder empezar a dar el pecho.
— ¿Te parece bien que sigamos con la charla de ayer? —Leonor asintió
con una sonrisa— Bueno. Ayer me contabas que pocas veces podés jugar con tus nenes, que no tenés tiempo, con las compras, el trabajo de la casa... ¿es así?
— Si Viviana, pero no es porque no quiera... además, cuando llega mi marido... — la conversación continuó girando sobre el tema de los juegos. A qué jugaba cuando era chica, con quién lo hacía... Opinaban también las otras madres, y hasta algún padre. Mientras daba la mamadera a su bebé, se atrevió a participar de esta conversación de mujeres.
— ¿Sabés, Viviana? Yo tengo otros chicos, se quedaron con mi cuñada. Yo tengo que cuidar al nene, mi señora tuvo que ir a cocinarles y yo... total, estoy sin trabajo... Bueno tengo uno de cuatro años, Lucas se llama, que juega conmigo al mecánico (sonríe orgulloso). Cuando le cambio una goma a la chatita, él hace como que es mi ayudante, me alcanza la llave, o me trae los tacos para las ruedas... conoce el nombre de cada herramienta, sabe dónde están, hay que ver lo contento que se pone cuando lo felicito. Va a ser mecánico, digo yo, o a lo mejor lo que le gusta es jugar conmigo
— ¿Y les parece que es importante que los chicos jueguen con ustedes...?
Viviana continuaba estimulando el diálogo. Así siguió durante más de una hora, Mary controlando el goteo de los sueros y cada tanto, también dando su parecer y hablando de sus propios hijos.
Ya cerca del mediodía, Viviana se levanta, recoge sus papeles y se despide de las mamás y del papá. Ellos sonríen. Están ansiosos por regresar a sus casas para jugar con sus hijos. En pocos días más, tal vez...
En un rincón de la sala está el pesebre, pobre como fue el de Belén, un pesebre de yeso, humilde e insignificante como mi trabajo, piensa Viviana. Ella también sonríe mientras cambia ligeramente de posición al más pequeño de los pastores.
martes, 18 de diciembre de 2007
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario