lunes, 26 de enero de 2015

DOS VISIONES DEL PAIS …porque en esa reunión va a estar “Todo Adrogué…” Esta frase puede escucharse en alguna ocasión en conversaciones entre amigos de esta parte del mapa. Para ellos —y hablan de buena fe— “Todo Adrogué” refiere a “mucha gente del ambiente que nos nuclea”, podría ser, por ejemplo, el Adrogué Tenis Club. Ninguno de estos amigos le atribuye un sentido literal a la expresión, sin embargo, en sus subconscientes campea la convicción nunca cuestionada, de que el simple laburante de una Sociedad de Fomento o de un club de jubilados de cinco cuadras “más allá”, y que probablemente no tenga la menor idea de dónde queda el Club de Tenis, merezca ser considerado “de Adrogué”. “Nuestro grupito (piensan) representa el Adrogué arquetípico, el verdadero Adrogué”. Esta concepción algo provinciana no hace demasiado mal a nadie, entre otras cosas porque circula exclusivamente en ese ambiente algo cerradito, tipo “bolilla negra” de los interesados, en ese “Todo Adrogué”. Sorprendentemente, aunque en una escala mucho más amplia, persiste, y ya con implicancias socio-políticas, el mismo esquema mental. Entonces, “Todo Adrogué” es reemplazado por “La Gente”. Y recién aquí voy a entrar a desarrollar la idea que me motivó a escribir esto. En nuestro país conviven dos visiones de la sociedad. Sucede desde siempre en nuestra historia. Como en los tiempos de Rivadavia, los socios del Jóquey Club, que desde el confort de los cómodos sillones de sus elegantes salones decidían quien iba a ser el próximo Presidente, entendían con total honestidad que ellos eran “Todo el país”. Esa visión, que era compartida por la casi totalidad de la “clase ilustrada”, sufrió un duro cuestionamiento a mediados del siglo XX, cuando el Dr. Mariano Grondona, según su pública confesión y muchos otros, descubrieron circulando bajo sus balcones, voceando extrañas consignas y dirigiéndose hacia la Plaza de Mayo, una masa de gente “distinta” que despertó su curiosidad y su miedo. Era un tipo de gente de la que no tenían noticia alguna, que hasta ese momento —para ellos— no existía. Sucia, mal vestida e incómoda por invadir terreno ajeno, prepotente y mal educada, las personas que formaban esas columnas se fueron transformando en multitud y aquel 17 de octubre de 1945, quedó claro que “todo el país” no era todo el país. Había otro. Para peor, como se demostró al año siguiente, mayoritario. Los “dueños” del país se sintieron robados, despojados de los suyo por un “Aluvión Zoológico” maloliente, incivilizado, descamisado. A partir de aquella verdadera Revolución, se fue difundiendo otra manera de entender la Argentina. Ese aluvión zoológico siempre había estado, sólo que ocultado, difamado, ignorado, era “la Barbarie” de Sarmiento, la chusma, el gaucho, el indio. Así fue como se comenzó a prestar atención a otros intelectuales, y se fue entendiendo que siempre hubo en el país dos bandos. El de los dueños de la tierra y del puerto, los rivadavianos, la juventud dorada que desde Montevideo se aliaba a Inglaterra y Francia para voltear a Rosas, los mitristas, más adelante en la historia los antipersonalistas, los conservadores, los fascistas de Uriburu, los que bombardearon a la Plaza de Mayo, los de la “Revolución Libertadora” y sus comandos civiles, los que aplaudieron a la “Revolución Argentina” y al “Proceso de Reorganización Nacional”. Este bando fue el que siempre manejó la Sociedad Rural, la prensa hegemónica y el Poder Judicial, reducto aristocrático en un país que quiere ser democrático. Fue este bando, el de los “bienpensantes”, también el que mató más gente. Además de las víctimas de aquellos bombardeos, “revoluciones” y “procesos”, tiene en su haber el genocidio de Roca y la matanza de miles de obreros de la patagonia en las huelgas de 1921. Este bando, que salvo breves intervalos siempre tuvo la manija del país, quiere imponer ahora desde sus diarios, radios y señales de TV un esquema mental en el que existe un enfrentamiento entre “El Poder” (para ellos el Gobierno) y “La Gente”. Mienten descaradamente porque saben muy bien que el verdadero poder lo tienen las corporaciones, el Poder Judicial, el financiero y ellos mismos. El otro bando, que quiere un país más igualitario, que reconoce nuevos derechos, que lucha contra la marginación y el desempleo, que estimula el compromiso político de los jóvenes, que defiende la dignidad del país ante los poderes financieros internacionales, es el continuador de la obra de Belgrano, Güemes y tantos otros como nada menos que San Martín, quien en carta a Rosas escribió: “lo que no puedo concebir es el que haya americanos que por un indigno espíritu de partido se unan al extranjero para humillar su patria y reducirla a una condición peor que la que sufríamos en tiempo de la dominación española; una tal felonía ni el sepulcro la puede hacer desaparecer”. Y aquí convendría recordar la delectación de muchos medios masivos de difusión ante el intento de confiscación de la Fragata Libertad por parte de los fondos buitres. Pues bien. Este otro bando es el que conduce con inteligencia, energía y decisión nuestra Presidenta. Y sí. Hay un enfrentamiento —quiera Dios que siempre se mantenga en el terreno de las ideas— sólo que no es entre “El Poder” y “La Gente”, sino entre esas dos concepciones de Patria. La Patria para una minoría ilustrada y la Patria para todos.

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