sábado, 3 de noviembre de 2012
DESPENSA Y ALMACÉN "LA FLOR DEL BARRIO"
La caja con las nuevas galletitas. Que quede bien a la vista, en el estante del frente. Como tienen propaganda en la tele ya las están pidiendo, y eso que son bien caras. A mi me gustan más las de fideítos (toda la vida!) y no valen ni la mitad. Para mojarlas en el café con leche de la mañana. Si se deshacen las saco con la cuchara y las bajo con un trago bien calentito. Pero así es este negocio, todo se pone de moda y pasa de moda y termino comiéndomelas yo. Si no empiezo a cuidarme voy a tener que correr el mostrador porque casi no queda lugar. Ya pasan para la escuela. Pobrecitos, lunes y con este frío. En invierno yo siempre le ponía la camisetita de frisa. Mamá, me pica me decía; pero después no andaba toda achuchada y encogida como estos chicos (daba gusto verla con esos ojitos verdes... Si los hubiera tenido marrones como todo el mundo, quizá las cosas nos hubieran ido mejor) Suspiró hondo y sacudió la cabeza. Para qué pensar. Miró la caja; tenía cambio de cien y bastantes monedas, pero... Principio de mes, así que seguro alguien iba a caer con billetes grandes para complicarle todo el día. El sol ya estaba calentando la vidriera. Desde hacía un rato se escuchaban los ruidos de la obra. Un ruido como de sierra eléctrica, cortarían ladrillos o vaya a saber. Parecen buena gente. Al mediodía siempre viene el gordo, pinta de tucumano o paraguayo, todo tímido, a buscar la mortadela y el tetra blanco (que le va a hacer, doña. Me acuerdo de antes, cuando hacíamos el asadito, daba gusto) Por lo menos tenemos trabajo para un tiempo. Cuando caen los patrones con el arquitecto, miran, señalan y discuten, ya sabemos que hay cambios y que vamos a trabajar unos meses más. ¿Cuánto es? Y paga con sus moneditas....
Doña Antonina acomoda los cajones con los envases vacíos de Coca al costado de la puerta, sobre la vereda despareja. A media mañana pasará el camión para cambiarlos por otros llenos. La Sra. del doctor va a festejar el cumpleaños del nene y le tenía prometidos dos cajones. "Que tomen lo que quieran y después me paga. No se haga ningún problema y saludos al doctor" (a ver si en el Super te tienen esa confianza). Ya eran muchos los años en que el almacén estaba en agonía, asfixiado de a poco por el Supermercado y los freezers. Sobrevivía gracias al fiado y a las compras de último momento. También gracias a su función de club social y noticiero, cocina de pequeñas intrigas y depósito de rumores de ese suburbio rutinario.
Desde su mirador, Dona Antonina tenía una visión estrecha y rectangular del barrio. La esquina propia (ya pasaron los de la Municipalidad por las baldosas levantadas. Se creen que me sobra la plata) La de enfrente, de lajas negras bordeando el chalet pretencioso de los nuevos con la nariz levantada, un pedazo de la verja de los Solanas, parte del follaje de sus árboles ocultando la casa señorial y distinguida. Y el cruce de calles empedradas. Eso le bastaba para vigilar el cumplimiento de la agenda del vecindario. Los madrugadores apurados (sobretodos, bufandas y el vapor del aliento) y una segunda ola de vecinas con marido en la oficina, chicos en el colegio y todo el tiempo por delante, que recogían las novedades arrastrando la excusa del changuito. Comenzando a las diez, las conversaciones y el ruido de algún motor en el taller... El mecánico había sido compañero de Ramón y su pareja en el club de paleta. Toda la noche en el velorio, sin hablar y sentado en un rincón. Vaya una a entender la amistad entre los hombres. Desde allí se fue directamente a sus fierros, a su fosa y a su mate dulce. Quizá el único amigo que tuviste en tus últimos años. Porque para vos siempre fue el trabajo, tu trabajo honrado, tu palabra que valía más que un documento. Y tu rectitud. Eso fue lo que me dejaste. Tu rectitud...
—Buen día, Antonina... (Felisa, la del kiosco. Llegó con su forma de arrastrar los pies. Para mí que es de tanto estar quieta en ese banquito) ¿Que tal?, ¿Cómo andan las cosas...?
—Y, vos sabés como es esto, Felisa. ¿Ya abriste ?
—No. Antes venía a buscar unas criollitas. ¿Alguna novedad?
Felisa no vivía en el barrio, pero por ser la otra comerciante de la cuadra, era a la única a la que Antonina distinguía con el tuteo. Venía todos los días desde Luz y Fuerza arrastrando su artrosis como veinte cuadras para atender el localcito (cigarrillos, chicles y quiniela clandestina) Pero no le gustaba quedar ajena a las conversaciones de las vecinas, así que recurría a su colega en busca de noticias.
—Mirá, si es por novedades, te puedo decir que a la de aquí al lado (alzó las cejas y cabeceó para la izquierda) el cafisho ése que tiene la trajo en el auto el domingo ya con la luz del día. Imaginate que se cruzó con el coche de la señora de Solanas que se iba para la misa. La dejó en la vereda, toda pintarrajeada y con esa ropa que da vergüenza mirarla. Parece mentira que tengamos que aguantar ese espectáculo. Porque vos sabés Felisa que aquí hay chicos, y que éste es un barrio decente... Mirá que yo siempre viví aquí y nunca, eh? pero nunca, tuvimos esa clase de vecinas... Menos mal que el auto de la Sra. de Solanas tiene esos vidrios oscuros que no se ve nada... Querés criollitas o express ?
Felisa estudió los paquetes como si buscara decidirse.
—Y... hoy dame criollitas. No... pero ojo que esos vidrios son oscuros si mirás para adentro, pero desde el auto se ve todo, eh...? Vos sabés que allá en mi barrio teníamos una de éstas. Pero peor todavía, porque (baja la voz como para que nadie la escuche) "atendía" en su departamento, así que imaginate las escenas... Al final le tuvimos que hablarle bien clarito y terminó yéndose para algún otro lado. Menos mal, Antonina, que nosotras tenemos los chicos ya crecidos, porque esas madres... No se como se las arreglan con las preguntitas que les deben hacer...
—Es cierto. ¿Vos te imaginás si viviera mi finadito, con lo recto que era...? Hubiera sido capaz de armar un escándalo. Porque para él, como siempre decía: "Las cosas deben ser como deben ser" Y gracias que la Lucía ya está en Norteamérica, bien casada y con sus dos hijos... Para ella hubiera sido una vergüenza, no hubiera podido recibir a nadie, que se yo, compañeros de la Facultad...
—Lo peor es el asunto del nenito. ¿Cómo hace, lo deja solo toda la noche, o siempre vive con aquella amiga pelirroja que me mostraste una vez? (Anotame las criollitas. Ni bien cobre la pensión te pago todo)
—-No hay problema Felisa, pero acordate que hay un saldito del mes pasado... Mirá, a la amiga no la vi más, pero vaya a saber. Con los horarios cambiados conque viven... Al nene (pobre angelito) tampoco sé si lo cuida alguien o si es que esta chirusa lo droga para que se quede dormido toda la noche. Vos sabés como es esa gente...
—Bueno, querida. Así son las cosas... Ya no hay decencia. Te dejo porque se me hizo tarde y tengo que abrir el kiosco. —La besó y se fue con sus criollitas.
...Usabas muchos dichos. Se podría decir que tu vida fue un largo refrán. Nunca supe como hacías para estar tan seguro de todo... Yo prefería refugiarme en esa seguridad y de eso no puedo culparte... Agregó "Azúcar" a la lista del papel amarillo. Quedaban pocas bolsitas y el proveedor pasaba los lunes. Prestó atención por si oía llorar al nene de la vecina. A esa hora ella dormía los sueños asquerosos de sus sedantes. Antonina pensaba que en ese estado nunca podría oír su llanto. De hambre, de frío, de soledad... (Y vos, ¿Te acordás de nosotros...? Nos perdonaste? No te sentís a veces muy, muy sola y muy triste...? Si yo te pudiera ver, aunque fuera de lejos, correría, te agarraría, no te soltaría nunca... No hay ningún refrán para eso, Ramón...?)
—Buen día...
—Buenos días, señora Betty. —La Sra. Betty Picabea de Bonanno (Directora Jubilada) tenía todo el tiempo y múltiples relaciones; conocía vida, milagros y parentescos de cada uno de los vecinos de ése y de otros barrios. Casi cuarenta años de relación con alumnos, madres, padres y últimamente con hijos de alumnos, además de su buena memoria, la habían convertido en una fuente inagotable de chismes y anécdotas. Solía quedarse a conversar largo rato —Antonina pensaba que su presencia jerarquizaba el negocio— y hasta en alguna oportunidad llegó a atender clientes. Tenía mucho que decir de cada vecino y había encontrado en Antonina una interlocutora siempre disponible.
—¿Como está, Antonina? ¿Que me dice de este frío...? —después del clima, introducción obligatoria, se pasaba a otros temas, más variados y jugosos— ... porque si una se pone a escarbar un poco... fíjese en la mansión que se está haciendo el de enfrente. Si siempre fue un empleado... que digo empleado, no, empezó como ascensorista en un ministerio (creo que el de Obras Públicas) y ahora sale con esa casa. A usted le parece que con un sueldo de empleado... para mí que está en la política, porque robar de otra manera no es tan fácil, aunque más no sea hay que tener dos dedos de frente... Por lo menos (y no es que una la defienda) la loca de aquí al lado no oculta de dónde saca el dinero...
La referencia a la vecina —Antonina no supo por que motivo— le molestó. Dejó de disfrutar de los chismes de la Sra. Betty para meterse en sí misma, como procurando respuesta a una pregunta que no conocía. O que quizá no quería conocer. Enfrascada en una búsqueda minuciosa y caótica, a duras penas pudo mantener la conversación de su amiga.
Betty se había ido hacía rato con un pretexto. Dejó a Antonina abstraída en vaya a saber que pensamientos. Al quedar sola encendió la radio. Buscaba escapar de un pozo oscuro y lleno de dudas. Y sí... hubieras podido estar en Norteamérica... ¿por que no...? Y hasta podrías tener chicos, y tal vez les hablarías de la abuela... Y les dirías que la abuela es buena, que los quiere mucho, y que nunca, nunca te falló. Que nunca dejó que aquel padre tan recto, tan honrado, tan sentencioso, que ese padre tan desalmado te echara de tu casa. Que la abuela nunca lo hubiera tolerado... que te defendió como una leona...
Esa noche le costó dormir. Le parecía que el desconocido de bigotes con el que estuvo casada veinte años, al que había admirado pero que no supo como querer, la vigilaba desde la foto de la cómoda. Antonina nunca había odiado a nadie, así que no pudo identificar el sentimiento que le revolvía el pecho. Despertó a la madrugada con el portazo de un auto, una voz extraña que imprecaba, el ruido de un cachetazo, y el llanto histérico que llegaban de la vereda. Espió por los visillos de la persiana para ver a la vecina entrar corriendo a su casa. Después oyó la voz acongojada del nene. Sólo pudo distinguir la palabra "Mamá...?" sobre el llanto triste, desconsolado de la mujer.
Cuando al día siguiente entraron en el almacén, por primera vez pudo ver de cerca a la vecina. La vio alta y triste, Insignificante en sus vaqueros y con su niño tomado de la mano. Con actitud que pretendía ser desafiante y que sólo conseguía mostrar temor pidió la yerba. Antonina (y nunca supo el por qué) le alcanzó el pedido con una sonrisa.
—"Sírvase, m'hija" le dijo. Y con el cariño contenido durante tantos, demasiados
años, acarició la cabeza suave y morocha del nietito.
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