miércoles, 25 de abril de 2012

ELOGIO DE LA RUTINA

ELOGIO DE LA RUTINA Ustedes saben: el tema de “la aridez de la rutina diaria” es un lugar común. Todo el mundo coincide en que para que la vida no sea una desgracia casi insoportable hay que romper con la rutina y hacer cada tanto cosas inesperadas, tener salidas novedosas, comer platos exóticos, emprender viajes descabellados, etc. Habitualmente nadie cumple con estos deseables propósitos y el tema de “la aridez de la rutina diaria” pasa, junto a la humedad, la política, las colas, el reuma y la falta de plata, a engrosar el listado de nuestros motivos de queja contra la vida. Yo creo que, a pesar del general consenso de que disfruta este concepto, valdría la pena considerar la posibilidad de una actitud diferente. Esta consiste no tanto en repudiar la rutina sino en revalorizarla. Ya que hay que tener rutinas, tratar de disfrutarlas. Algo así como hacer de la necesidad virtud. Y es que, aunque nos parezca poco menos que ridículo, cada uno de nosotros es importante. Lo que cada uno hace es importante. Y lo que hacemos: cocinar, lavar los platos, acomodar expedientes en estantes polvorientos, trasplantar riñones o lavar la cola de un bebé tiene una trascendencia fundamental por dos motivos: en primer lugar, porque lo hacemos nosotros, y en segundo lugar porque lo que hacemos actúa sobre los demás. Y tanto nosotros como “los otros” somos importantes, irremplazables, una creación única. Si lo que hacemos cotidianamente se nos convierte en insoportable, recomiendo parar la pelota, mirar mi vida en perspectiva y de paso mirar todo lo que la rodea. Sobre todo mirar a todas las personas que me rodean. Si esto lo cumplo con un mínimo de objetividad, voy a advertir de que manera ayudo a que los demás tengan una vida mejor, más fácil y agradable. Claro que para poder hacer eso se necesita cierto entrenamiento. Este entrenamiento consiste en acostumbrarse a ver lo que mi vida tiene de bueno. Reconozco que hay personas que pasan por momentos de la vida en que las desgracias los aplastan (y pienso en primer lugar en los que no tienen trabajo). Es cierto que existen desgracias angustiantes que sería inhumano ignorar, pero también que es generalizada la falta de valoración de lo que tenemos y disfrutamos. Es que solemos considerar que tener salud, juventud, hijos, amigos, dos ojos, dos manos y dos piernas son derechos que nos hemos ganado de alguna forma misteriosa y que por lo tanto, como son nuestros, no tiene sentido disfrutar. Que solo se puede disfrutar en potencial: “Si tuviera esa casa” “Si me ganara el Quini 6”, “Si el fin de semana hiciera un día espléndido” etc. etc. etc. Parecería que de lo único que disfrutamos es de tener un motivo de queja más trágico que el vecino. Y en cuanto a la incidencia que tienen nuestras acciones, así sean rutinarias, sobre los demás, bastaría pensar en lo que les pasaría a esos pobres cristos que dependen de mi trabajo si no lo hago bien. Si no acomodo ese expediente en su lugar, si no lavo prolijamente esa cola de bebé, si dejo que se me queme la tarta de jamón y queso o que los tallarines se conviertan en puré. Si aprendemos todos a gozar lo que tenemos, a agradecer lo que nos dan, y al mismo tiempo a pensar en como facilitarle la vida a los otros, vamos a ver como nuestras rutinas no solo adquieren sentido, sino que hasta empezamos a disfrutarlas.

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