jueves, 29 de diciembre de 2011

LO JUSTO

Hay veces en que una consulta lleva la respuesta incluida porque el sentido común no admite otro tipo de solución. Todos tenemos incorporado a nuestros valores un único, un aparentemente indiscutible criterio de lo que es justo, de lo que es lógico. Un ejemplo es la pregunta: ¿Quién es más, quién está primero: yo o mi prójimo? Aún admitiendo que el cristiano debe “Amar al prójimo como a sí mismo” podrían presentarse circunstancias en que fuera inevitable la opción. En ese supuesto: ¿el cristiano debe priorizar el propio interés o el del prójimo? La respuesta que dicta lo que entendemos por “sentido común” está expresada en el refrán “la caridad bien entendida empieza por casa” . Es decir que en ese hipotético caso, estoy primero yo.

Ese sentido común es el que, en la parábola del “hijo pródigo”, hace que el hijo mayor reproche con amargura a su padre: “Hace tantos años que te sirvo y jamás dejé de cumplir una orden tuya, pero nunca me has dado un cabrito para tener una fiesta con mis amigos; y ¡ahora que ha venido ese hijo tuyo que ha devorado tu hacienda con prostitutas, has matado para él el novillo cebado! Ese mismo concepto de la justicia que no podemos sino considerar lógico, racional e inteligente, es el que hizo que los obreros de la viña contratados en primer término murmuraran contra el propietario que a todos pagó un denario, diciendo: “Estos últimos no han trabajado más que una hora, y les pagas como a nosotros, que hemos aguantado el peso del día y del calor”. Es ésa misma la lógica, el razonamiento, que consideraría incompetente al pastor que abandona en el campo a 99 ovejas para ir a buscar a una sola que se ha perdido. Es decir que ese sentido común, ese concepto de justicia, muchas veces tambalea al ser confrontado con el evangelio.

Es muy reveladora la contestación del Padre al hijo mayor: “Hijo” le dice, “tú siempre estás conmigo y todo lo mío es tuyo...” Es decir, el hijo lo había considerado un patrón, y él quería ser un padre, y un padre que no da órdenes sino que pide amorosamente. Estar en la casa del padre y hacer su voluntad no es una obligación penosa sino una gloria, no es de ninguna manera un mérito, sino que es el mismo premio. La lógica de Dios está infinitamente por encima de la nuestra. Cristo no es un gran filósofo creador de una ética superadora, sino que es el Hijo de Dios hecho hombre y nos revela cómo es la misma vida de Dios, cómo es el verdadero Amor, en qué medida está fuera del alcance de nuestro pobre “sentido común”.

Es muy triste, es lamentable escuchar a cristianos aludiendo explícita o implícitamente a supuestos “méritos” por haber llevado una vida virtuosa, por haber trabajado muchos años en obras de la Iglesia, por haber cumplido al pie de la letra con los mandamientos. Esa mentalidad (y no hace falta aclarar que todos caemos en ocasiones en ese error) es la del “hombre viejo” que olvida que, como dice Pablo en la carta a los Romanos “nadie será justificado ante Él por las obras de la Ley” (Rom.3,20 a) Los méritos ya han quedado de lado. Ya fueron ganados por Cristo. A los que queremos seguirlo solo nos queda amar, vivir en el amor que Él trajo a la tierra y hacerlo con la alegría del que ya vive “en la casa del Padre”.

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