UNA AVENTURA EN EL RETA
Eran como las dos de la tarde, a comienzos de febrero. El sol caía a plomo y el polvo levantado por el Rugby vino a taparnos cuando papá detuvo la marcha al costado del camino.
¡Bueno... ¡ ¡Abajo todo el mundo! ¡A mojar las ruedas...! Los varones (en aquel momento eran Alfredo, Quito y Carlos) bajaron del auto y según la consigna, eligieron una rueda cada uno y la orinaron concienzudamente, buscando distribuir el chorro en toda la llanta. Una vez que terminaron, subieron al auto y bajó papá para mojar la que faltaba. Desde hacía un buen rato los rayos de madera que tenían las ruedas de aquel coche habían comenzado a crujir, resecos. No era ese un problema frecuente, ya que en la ruta solía haber charcos que llegaban a trasformarse en lagunas pantanosas cuando llovía en exceso. Pero 1936 era un año de sequía. Para agravar el problema del campo, había zonas donde la langosta estaba limpiando el poco grano que quedaba.
Faltaban varias horas para llegar a Azul . Allí íbamos a hacer noche en
el hotel de costumbre, frente a la estación del tren. Así que, una vez refrescadas las ruedas, seguimos viaje con mamá repartiendo sandwiches y huevos duros, dirigiendo los cantos y proponiendo adivinanzas. Papá manejaba pensativo con el chambergo protegiéndolo del sol. En aquel tiempo estaba madurando dos decisiones fundamentales. Una era cambiar el auto; la otra, cumplir con una ilusión que crecía junto con la familia: mudarse a una casa grande, fuera de Buenos Aires, quizá por la zona de Banfield donde había nacido hacía más de cuarenta años. Por el momento no veía la hora de llegar al Reta. Tenía sólo una semana para instalarnos en la casa, visitar a sus viejos amigos y tal vez para pescar y descansar un poco.
La compra de aquella casa en el Reta hecha hacía varios años atrás, había sido su gran acierto. El arreglo resultó conveniente tanto para él como para el vendedor, nuestro tío Américo. Era grande, con techo de zinc y una amplia galería en sus cuatro frentes. Compartía un molino con las casillas de Norrild y del Ruso Burón, también pariente nuestro. El Reta podía describirse como una zona de playa salvaje, vientos fuertes y sol intenso, cerca de Claromecó, sin calles y con no más de diez casas esparcidas entre los médanos. Un pequeño almacén de ramos generales y un antiguo hotel eran todo su comercio. Gente simple y paisaje recio; la mejor combinación. Para nosotros era el paraíso. Solíamos quedarnos en el reta todo el verano con mamá y algunos otros parientes. Papá viajaba periódicamente y estaba con nosotros unos pocos días .
Ya en Azul ocupamos el hotel para salir al día siguiente bien temprano. Así pudimos llegar con el sol alto a Copetonas. Dos tramos de más de doce horas de viaje para cubrir 600 km. Habíamos dejada atrás el pueblo de Oriente, donde recordaban a papá como al único médico conque contaron durante muchos años. Copetonas marcaba el comienzo de la última etapa. Faltaban 28 Km de camino cada vez más arenoso y difícil hasta el Reta. A pesar de parecernos interminable, dos horas después llegamos al final de la huella.
-¿Que tal doctor...? ¿Cómo está doña Anita...?¿Cómo anduvo el viaje? El fornido paisano de a caballo se sacó la boina para saludar. Papá, bajando del auto, contestó el saludo mientras con una gran sonrisa le daba la mano:
-Macanudo, Don Atenor. ¿Cómo anda la familia? Y a su esposa, cómo la trata el reuma? (sabía que la gente esperaba que fuera él quien tocara el tema de la salud. De ese modo, si se hacía alguna consulta a título de gauchada, no les resultaba violento).
-Muy bien doctor, gracias a Dios. Allá la dejé preparándoles alguna cosita para que puedan comer tranquilos a la noche.
-Pero... no se hubieran molestado, don Atenor...
-Faltaría más, mi doctor, es un placer para ella.
Todo este diálogo se desarrollaba al costado del camino. Mientras tanto, mis hermanos habían bajado del auto, orinado entre las cortaderas, y ya estaban buscando lagartijas y disfrutando de la arena. Mamá aprovechaba para estirar las piernas entumecidas. Desde sus brazos, yo tomaba nota: recoén comenzaba a enterarme de la vida.
Don Atenor Luna era una institución en el Reta. Tenía dos o tres vaquitas que ordeñaba para después él mismo repartir la leche a los escasos habitantes. Con la venta de la leche y los encargos que hacía con su “Villalonga” a Copetonas trayendo galleta, harina, azúcar, leña o lo que se le pidiera, y llevando correspondencia y de vez en cuando algún finado, ganaba lo suficiente como para vivir todo el año. El no concebía salir del Reta para irse a trabajar de mensual en el campo por largas temporadas como muchos de sus vecinos.
-Si le parece bien, doctor —don Atenor había bajado del caballo y ya no era tan alto como parecía— esperamos un ratito que ya llega Ramírez para ayudarnos.
Estaba cayendo la tarde, el aire estaba fresco y quieto, con el único movimiento de algunas gaviotas planeando en el cielo aún claro. La cita con don Atenor y “el Chino” Ramírez había sido convenida por carta unos meses antes para ese día, a esa hora y en ese lugar. De no contarse con ayuda, no era posible entrar al Reta. Los caminos que se improvisaban cada año con hojas de cortaderas, juncos y paja d vizcachera siguiendo los bajos entre los médanos, no eran lo suficientemente firmes como para soportar el peso de un auto cargado. Para llegar a la casa, nos debían remolcar los caballos.
Llegó por fin Ramírez trayendo unas cadenas que enganchó al paragolpes después de un breve saludo. Morrudo, tape y silencioso, se veía que el Chino era eficaz en lo suyo. Llegamos a la casa después de media hora de remolcar al Rugby por el serpenteante camino entre médanos (los chicos mayores subían y bajaban de los estribos, corrían por la arena y armaban gran alboroto cada vez que se podía ver el mar). Doña Adela, la esposa de Luna, “para matar el tiempo” como ella dijo, había barrido la casa entera quitando los pequeños medanitos que se formaban en el comedor. De paso “ya que estaba” había calentado agua un Primus traído de su casa y tenía listo el mate amargo.
(continuará)
jueves, 12 de agosto de 2010
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario