jueves, 11 de febrero de 2010

CEREMONIAS 2

La vez pasada me despaché con alguna ironía en contra de las formalidades que se agregan año a año en las celebraciones de casamientos, cumpleaños de 15 de las chicas, etc. Hoy voy a hablar algo más en serio. Es que no quiero que se me interprete mal. Me dolería ofender a alguien que pueda sentirse aludido. Respeto sinceramente a los padres que hacen lo imposible para ofrecer a sus hijas una fiesta que ellos consideran las hará felices, porque buscar la felicidad de los hijos está muy bien. Sólo que también creo que tanto ellos como sus hijas pueden estar buscando esa felicidad por caminos y con métodos equivocados. Claro, esa es sólo mi opinión, pero esa es la limitación que tiene esta columna: refleja solamente mi opinión.

Vamos a empezar por el aspecto económico. Se dice que con la estabilidad y con la tarjeta de crédito se facilitaron las compras de bienes y servicios. Pero no es así. No es que ahora sea más fácil comprar. Lo que ahora es más fácil es endeudarse. Con una impunidad que es sólo aparente, con solo una firma en el lugar correcto, los padres de la novia o de la púber se comprometen a angustiarse en cuotas con obligaciones que normalmente no contraerían teniendo en cuenta sus enflaquecidos ingresos. Los malabarismos financieros a que se ven obligados deberán ser ocultados a la niña “para que no se sienta mal”. Con esto se consigue tener un humor de perros y eventualmente discusiones conyugales durante tres o seis meses, según el número de cuotas. Por su parte la niña, al notar estas desavenencias entre sus padres, se dedicará a cultivar la autocompasión enfrascada en sus Wolkman.

La facilidad para endeudarse, juntamente con una suerte de competencia que se establece entre las compañeras de colegio o entre las parejas, lleva también a un progresivo aumento en los niveles de suntuosidad de las fiestas. Porque según la mentalidad en uso, gastar menos es ser menos, y nadie quiere ser menos que nadie. Porque todavía, en esta Argentina empobrecida y mendicante, la frugalidad es vista como avaricia; porque todavía debiendo cultivar una mentalidad de vacas flacas queremos seguir siendo (si es que alguna vez lo fuimos) estancieros de vacas gordas.

Ahora bien. Dejemos de lado el aspecto meramente económico. Es probable que a alguno de nuestros oyentes estos argumentos le resbalen porque le sobra la plata. No descarto que entre viaje y viaje, que Cancún, que el mar Egeo, que las islas Caimán, nuestro amigo forrado en divisas lea este blog. Aún en este supuesto, hay argumentos suficientes como para descalificar la ceremoniosidad de las fiestas que nos ocupan. En realidad, puedo esgrimir razones más poderosas aún que las anteriores. Y es que siendo en él tan notoria la abundancia de recursos, no necesita demostrar nada. Se puede dar el lujo de ser modesto. No: mi comentario apunta a algo más importante, a algo que va a la esencia del problema, al núcleo del tema “fiestas”, o mejor dicho “ceremonias”.

Y es que duele ver a la juventud, por lo menos a parte de la juventud, entregada de pies y manos a la estupidez del consumismo. Duele que esos jóvenes no sean capaces de concebir otra forma de celebrar. Que no se den cuenta de que no hay ninguna relación entre suntuosidad y felicidad, entre cotillón y alegría, entre ser y representar. Porque la experiencia indica que cuanto más improvisada es una fiesta, reunión o lo que sea, mejor resulta, más divertida, ingeniosa y por supuesto, menos ceremoniosa. Es claro que lo que tiene que haber es ganas de divertirse, o de charlar, o de contar cuentos, o de trabar relación con algún representante del sexo opuesto y no ganas de hacer facha, de refregarle la fiesta por las narices a los demás. En una palabra, lo que realmente duele es ver a los jóvenes envejecidos y por lo tanto solemnes y ceremoniosos.

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