jueves, 24 de diciembre de 2009

AUTOCOMPASION

Los que tenemos ya algunos años encima, solemos caer en una actitud por otra parte común a cualquier edad: la autocompasión. Doloridos y frustrados, no podemos apartar la mirada de nuestro propio ombligo. Quisiera ser respetuoso de la actividad que psicólogos y psiquiatras desarrollan a fin de desentrañar las causas y encontrar las soluciones para eso que nos encarcela y paraliza. También acepto que no todo entra en el ámbito de la moral. Cada uno es como puede. Pero quiero creer que, al menos en alguna medida, tenemos cierta libertad para decidir. De no ser así, encuentro difícil encontrar cuales son los elementos que manejamos para evaluar conductas. De no ser así, daría lo mismo ser torturador que héroe de la ciencia, tendría el mismo valor la Biblia que el calefón.
Los creyentes de cualquier religión, también los católicos, tenemos figuras a las cuales admiramos por sus virtudes. En algunos casos, les damos la categoría de “santos”. Es decir, se trataría de personas que ya están gozando de la visión de Dios. Felicidad inefable como inefable es el mismo Dios. Pues bien. Cronológicamente, el primero de los santos, por otra parte el único canonizado en vida, el único declarado santo por el mismo Cristo, fue un asesino, o ladrón violento, o violador, no lo sabemos. Pero sí sabemos que los romanos no crucificaban a cualquiera. Y a él lo crucificaron al lado de Jesús. La tradición le atribuye el nombre de Dimas. ¿Y qué hizo San Dimas para merecer que Jesús le diga “Hoy mismo estarás conmigo en el Paraíso”? Pues nada menos que olvidarse, salir de su propio sufrimiento, de los dolores que lo llevaban a la muerte, para compadecer, para apiadarse de ese Otro torturado que “nada malo había hecho”. No dice el Evangelio que Dimas realmente creyera que Jesús era el Hijo de Dios hecho hombre. Tampoco que se haya arrepentido de toda su vida de pecado. Quizá todo eso esté implícito. Que esté incluido en ese impulso que lo llevó a decir “Acuérdate de mí cuando vengas con tu Reino”. Lo que sí está claro es que pudo dejar de lado la autocompasión para compadecerse del sufrimiento de un inocente.
Éste es la única enseñanza que nos deja, el único mérito de este santo canonizado por Cristo. Se me ocurre que el valor que le dio Dios es suficiente argumento como para intentar, por lo menos, olvidarse de la auto-compasión y así poder mirar a nuestro alrededor y prestar atención a tantos “pobres Cristos” que tenemos al lado.

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