Sola y fría. Bajo la tierra seca la semilla espera y no sabe qué. No sabe qué es ni qué puede llegar a ser, ni siquiera sabe que no sabe. Simplemente está. Pero de algún lado llega el agua. Mansa. Tenue. Humedece la semilla estéril, y poco a poco, como el agua es amiga, aparece el milagro de un brote. Sale el sol y entibia la tierra. Como el calor es amigo, aumenta la vida en la semilla, el brote sale a la superficie, a la luz. La luz acaricia las hojas y las llama desde lo alto. Como la luz es amiga, la planta se eleva, crece en estatura y en follaje. La roca le repara el viento, por ser su amiga la protege. Los pájaros anidan en sus ramas. Son sus amigos, la acompañan.
Porque era chico y lo sabía… necesité un amigo.
Porque estaba seco y me dolía… necesité un amigo.
Porque estaba solo y me moría… necesité un amigo.
Con él puedo hablar en borrador. El me conoce pero me imagina mejor. Y por él lo soy. Con él estoy seguro, en paz. Con él soy yo mismo, pero mucho más. En los momentos en que me cuestiono todo, cuando no le encuentro sentido a las rutinas que me gobiernan, cuando me siento falso y me avergüenzo de mis supuestas certezas, cuando no sé lo que realmente soy, me refugio en el lado izquierdo del pecho. Allí está mi amigo. Dios me dio un tesoro oculto, el que todos buscan y al que pocos llegan. La tranquila convicción de que la vida valió la pena. Supe tener un amigo.
(de "Filosofía de Boliche")
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